A sus 85 años recién cumplidos, la “tía Sabina” apenas ha salido del pueblo. Cuatro veces contadas cuando era moza y después otras tantas, no muchas: primero, para llevar a los hijos a estudiar a la capital, Valladolid, y después para visitar a los nietos y biznietos desperdigados por distintos puntos del país, a los que han tenido que marchar para “labrarse un futuro mejor”. “¡Ha cambiado tanto la vida en tan poco tiempo! Y el pueblo, ¡no hay quien lo conozca!”. Se dice a sí misma en voz alta y en un tono quejumbroso que nadie escucha. El lamento de Sabina es el de quien ha visto mermar la población de más de 800 vecinos a menos de 200; el de quien ha conocido calles llenas de niños, de jóvenes y de bullicio y ahora las ve vacías; el de quien ha sufrido el cierre de una escuela que en tiempos llegó a tener casi un centenar de alumnos; el de quien ha dicho adiós con infinita tristeza al cura, al médico y al maestro; el de quien intuye que su final está próximo y el del mundo que conoció, ya es un hecho.
La tía Sabina hace esta reflexión mientras ve en la televisión un reportaje que habla de la importancia que Europa da o quiere darle a las ciudades “ey frenli” – age friendly -. Lo del inglés le queda un poco lejos, pero el vocablo ha llamado su atención porque entiende que el reto es conseguir entornos “adecuados para la edad”, en los que todos y especialmente los mayores como ella puedan vivir mejor, más cómodamente, sin barreras. Lugares “amigables”, dicen, y la tía que, como el Diablo, más sabe por vieja que por el título, no puede dejar de preguntarse cuándo llegarán esos avances a la región, cuándo al mundo rural y, más importante aún, cuándo le tocará a su pueblo. Tiene claro que la respuesta no es “ya”, ni “ahora”, ni siquiera en “un futuro próximo” y por ello sabe también que, quizá, cuando lleguen ya no habrá dónde implantarlos ni quién se beneficie de ellos.
Pero, “vete tú a saber”. Parece, por lo que dicen, que las nuevas tecnologías pueden ayudar mucho y la tía esto sí lo cree porque de hecho a ella ya le ayudan. Quién le iba a decir cuando se acercaba a la casa de teléfonos a pedirle a la Rita que conectase la clavija y le pusiese al habla con su hijo, que algún día fabricarían teléfonos móviles, más aún, que ella tendría uno y que a través de ese diminuto terminal no solo podría hablar con su hijo, sino también verle e incluso recibir fotos y vídeos de sus nietos y biznietos, con los que de vez en cuando hasta “guasapea” o “cómo quiera que lo llamen estos diablillos”. Y, sí, “tiene guasa la cosa”, piensa, “mucha nueva tecnología, pero aquí quedamos cuatro gatos”.
Aunque, ¿quién sabe? El otro día escuchó por la radio que en un pueblo de Guadalajara, mucho más pequeño que el suyo, en el que no funcionan los móviles, antes de que se proceda a eliminar la cabina de teléfonos, el alcalde ha conseguido instalar un “cacharro” en la puerta del ayuntamiento que con tan solo pulsar un botón te conecta con el 112 para que puedas llamar a emergencias. Oye, no es la panacea, pero “seguro que los vecinos están más tranquilos”. ¡Ah! Y aunque a ella de poco le sirve, le ha explicado un nieto que si quisiese hasta podría reservar cita para el médico desde el teléfono con una aplicación o algo así, sin necesidad de acercarse al consultorio ni de llamar ni de hablar con nadie, “¡qué cosas!”.
A veces, cuando no queda más remedio, porque no hay hijo ni nieto cerca que le lleve, le ha tocado a ella misma llamar y usar el “transporte a demanda” para acercarse al consultorio o para hacer la compra en algún pueblo vecino más grande que el suyo. Es incómodo y no da para una urgencia, porque tienes que pegarte el madrugón y adaptarte a los horarios establecidos, pero “menos da una piedra” y para quienes como ella llegaron tarde a lo del carnet de conducir, es la única opción.
Sabina que nació con la segunda República, que pasó la infancia en guerra, que sobrevivió a la posguerra y a la dictadura para ver llegar la democracia, recuerda un pueblo sin teléfonos, sin calles asfaltadas, sin agua corriente, sin lavadoras, sin televisión ni móviles, pero lleno de gente. Y ahora que parece que todo es más fácil, que está tan bonito, limpio y bien cuidado, ahora que tenemos de todo, lo que no hay son vecinos para disfrutarlo. Echa de menos el griterío y las trastadas de la chavalería, las canciones de los mozos, los corrillos a la fresca en verano, las tertulias junto al fuego en invierno.
La tía se va apagando como las brasas y se debate entre la desesperación y la esperanza, sin tener claro si “el progreso” ha ayudado o todo lo contrario. Barrunta que, como todo en la vida, “no es tanto cuestión de la herramienta, sino de la cabeza que la maneja” y que, quizá, solo quizá, el futuro de su pueblo, de los pueblos, depende no solo de los avances tecnológicos, sino más bien de un cambio de mentalidad y de conciencia. “Si no van a ayudar, por lo menos, que no estorben”, que diría aquel.
Un artículo de Marimar Espartero y Carmen Molinos, directoras de las áreas de Atención Social y Comunicación
IMAGEN: Fotografía tomada por Marce Alonso en Prádanos de Ojeda (Palencia). Archivo FMSLR
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