La industria turística supone el 10% del empleo mundial. Eso sí, es un gremio que en realidad tiene más cosas en común con el Arca de Noé, que con otros sectores económicos. Lo único que une a todos los profesionales del turismo es el usuario de sus servicios, nada más. Un armador de cruceros italianos es sector turístico; el dueño de una cadena de hoteles de cinco estrellas también lo es; la taberna que sube todos los días la trapa en la Boqueria desde hace dos generaciones pertenece al mismo sector, igual que el artesano que fabrica castañuelas con madera de cerezo o la mujer que cuando la marea baja enseña a mariscar a los señoritos de capital en las Rías Baixas. Todos ellos son parte de la industria turística.

 

No es de extrañar que el crecimiento exponencial del sector en los últimos años se haya convertido en una preocupación mundial. Tanto es así que las reuniones internacionales para discutir el futuro del turismo se han sucedido dentro y fuera de nuestras fronteras, con ponentes de la talla de Barak Obama, que se dejó caer por la cuaresma sevillana.

En nuestro país gran parte del turismo que se mueve en épocas como la Semana Santa se encuadra en eso que se llama Turismo Cultural. Una categoría que, en realidad, es el origen del turismo en sí mismo, cuando en el siglo XVIII la nobleza ilustrada deslumbrada por la Antigüedad Clásica emprendía Le Grand Tour para descubrir la belleza de los paisajes en ruinas. Más tarde, el turismo burgués victoriano añadió a la admiración por la ruina clásica, el romanticismo medieval y el exotismo de la cultura rural tanto en la vieja Europa, como en los territorios imperiales. De la mano del nacimiento del turismo cultural, surgen los primeros empleos relacionados con el sector: hoteles, guías e incluso los jóvenes cicerones que por unas monedas enseñaban el foro romano a los eruditos extranjeros y que, hoy, posiblemente, catalogaríamos de “falsos autónomos”.

Luego vendría el turismo de salud en la segunda mitad del XIX y, finalmente, con la aprobación del derecho de vacaciones en Francia, el turismo masivo de sol y playa, que a partir de los años cincuenta se convertiría en una de las industrias más importantes de la Península Ibérica. Centrada la industria turística durante décadas en este último, en el lustro que está a punto de terminar, el foco ha vuelto su mirada al viejo Turismo Cultural, como un generador de empleo y por tanto riqueza en las zonas donde la costa queda demasiado lejos.

 

 

El turismo de interior, genera cerca de un 20% del P.I.B. en regiones como Castilla y León, Castilla-La Mancha o Aragón. Las principales motivaciones que mueven a los turistas a recorrer estos territorios, tan alejados de la arena de la playa son: “visitar monumentos”, “conocer la historia y el arte” y “descubrir ciudades”. Sumando estos tres ítems tendríamos, más o menos, el 50% de las visitas que recibió Castilla y León en 2018.

El peso de la industria turística en estas comunidades autónomas se materializa en su capacidad para generar empleo. Aunque, siga siendo un ámbito donde aun hay un importante espacio de mejora. No hay que olvidar que hablamos de un sector marcadamente estacional, que depende para sus contrataciones de factores tan diferentes como la climatología o las oscilaciones del calendario. Esta falta de certidumbre genera tanto en la empresa o instituciones como en los profesionales una sensación constante de precariedad. Un desasosiego que desagraciadamente se materializa con un constante e imparable goteo de pérdida de talento, ya que los perfiles mejor formados terminan buscando estabilidad laboral en otros sectores, propiciando la entrada de personas sin formación, que, además, no suelen recibir el apoyo necesario para alcanzar en el desempeño de su puesto la calidad requerida por el cliente.

¿Lo más drástico? Que la situación tiene nombre y apellidos, no son solo números. El nombre y los apellidos de las personas que trabajan en sala, en museos, en hostelería, de técnicos de turismo, de cocineros, de guías, trabajadores de agencias de viaje o cualquier profesional que tenga una relación directa con el turismo. Todos ellos conforman un sector en alza, pero con alta temporalidad y con un creciente rechazo entre las comunidades locales.

Si el turismo es una de las claves del futuro del desarrollo de esas partes de territorio donde la despoblación se ha convertido en una enfermedad endémica, también es la oportunidad de entender el Patrimonio Cultural como un recurso de crecimiento territorial y a la vez de financiación para su conservación y difusión. Ahora bien, esta posición estratégica solo supondrá un avance social paralelo, si los profesionales que trabajan en esta industria pueden desarrollar un trabajo digno. Quizá, ha llegado la hora de ponernos todos manos a la obra.

 

Un artículo de Alejandro Martín López, técnico de empleo en Fundación Santa María la Real y doctor en Arqueología

 

IMÁGENES: Fotografías de archivo del viaje a Nápoles y la Costa Amilfitana realizado por Cultur Viajes y del curso de «Servicios de Bar y Cafetería» impartido hace años en la Posada de Santa María la Real.