Escrito por el catedrático de Historia del Arte, Rafael Cómez, el libro analiza el urbanismo de la segunda mitad del siglo XIII y la importancia que tuvo en su desarrollo la política del rey Alfonso X El Sabio.

La publicación, coeditada con la Universidad de Sevilla, se integra en la colección Ars Mediaevalis. Obras de pequeño formato, especializadas en cultura medieval, que ya se han acercado a cuestiones como la memoria de Carlomagno en la catedral de Gerona, el Arca Santa de la catedral de Oviedo o las imágenes milagrosas y la cultura visual en el siglo XIII.

En este nuevo título, El urbanismo en la época de Alfonso X El Sabio, su autor, Rafael Cómez, trata de demostrar que de la misma manera que “existió una cultura alfonsí, plasmada en la prosa, la miniatura o la arquitectura, también existió un urbanismo alfonsí”.  Para una mejor comprensión, por parte del lector, la obra se divide en tres capítulos: el tiempo, el espacio y las formas.

 

El tiempo

Así, en la primera parte del libro, Rafael Cómez analiza la época del reinado de Alfonso X El Sabio, “el tiempo de la construcción de Europa y la organización social de la España medieval”. Un período largo de reinado que significó “grandes realizaciones urbanas, políticas y culturales”, muy ligadas a su gobierno, dividido en tres momentos: su juventud (1248-1260), sus preocupaciones políticas (1260-1270) y la última década (1270-1284).

 

El espacio

Tras el análisis del tiempo, el autor centra su mirada en la construcción de la ciudad medieval, en la que jugaron un papel fundamental “las catedrales, los estudios generales o universidades y los edificios asistenciales u hospitales”. Para Rafael Cómez en el siglo XIII se vivió una auténtica revolución, ligada a la Reconquista y la necesidad de protección, lo que transforma las ciudades en “fortalezas y mercados, pues la ciudad medieval no se concibe sin unos muros que la defiendan de la amenaza exterior”.

 

Lugares rodeados de muros, que representaban una sociedad a imagen del cuerpo humano, cuyas funciones eran desempeñadas por los diversos estamentos sociales, encabezados por el monarca, sometido solo a Dios. “Las fortificaciones significaban el poder temporal del rey al mismo tiempo que desempeñaban la misión de barreras para controlar la salida o entrada de mercancías”, explica Cómez, para recordar que “la ciudad no sólo era la expresión plástica del poder temporal del rey, sino también la expresión viva del poder espiritual con la catedral en el lugar más destacado del espacio urbano donde se encontraba el studium generale o universidad, semillero de progreso intelectual”.

 

 

Las formas

Finalmente, en el último capítulo del libro, se reivindica la importancia de las ordenanzas urbanas medievales, como base sobre las que configurar las ciudades. Quizá, no existía una planificación urbana tal y como se concibió posteriormente, pero sí “un compendio de normas generales para la construcción y conservación de edificios, altura, medianerías, servidumbres de paso, canalizaciones, alcantarillado u ordenación y limpieza de las calles”

En este sentido, se explica cómo, durante su reinado, Alfonso X ayudó a la construcción de las ciudades, dotándolas de una impronta propia. Cómez señala algunos ejemplos concretos como las ordenanzas sevillanas que establecían que la primera cosa que debían hacer los alarifes, después de su nombramiento, era revisar los muros de la ciudad para repararlos y evitar todo lo que pudiera perjudicarlos o ensuciarlos como el estiércol o la basura. También era su cometido ordenar los mercados, las tiendas y las posadas.  Eso sí, estando siempre al servicio del rey y sus fortalezas.

Otro ejemplo, en Toledo el rey sabio prohibió que se arrojaran desperdicios y basuras en la vía pública o contra los muros y, medidas similares adoptó en Burgos sobre todo en el entorno de la catedral, recién construida en aquel momento, o en Córdoba, donde ordenó la demolición de las tiendas que afeaban el exterior de la catedral.

 

 

Actitud pragmática y estética

Todas estas medidas, atestiguan, según Cómez, que “aunque Alfonso X no fuera un urbanista a la moderna usanza del momento, ni dejara establecidas unas normas precisas a modo de tratado sobre el tema, sí tuvo una voluntad real acerca del buen funcionamiento y ornado de las ciudades. Preocupación en la que dejó patente “una actitud pragmática y estética al mismo tiempo”, en la que impera el principio de que “lo bello y bien hecho es lo útil”. Máxima que se extiende a otros ámbitos de su reinado.

En todas estas cuestiones profundiza el libro del que se han editado 1.000 ejemplares, 500 serán distribuidos por nosotros y 500 por la Universidad de Sevilla, a través de sus canales habituales de venta, al precio de 10 euros.