Paca siente que se agota, que se consume rápida e inexorablemente como la cera de la vela con la que ayer iluminó y abrigó a la Virgen del Carmen. Ahí está la talla, mirándola fijamente desde el centro del salón como queriéndole decir, «tranquila, me llegan tus plegarias, yo te cuido». La vela se ha apagado, pero por Ella no pasan los años. La costumbre manda que se la vayan turnando los vecinos de la cofradía y que la Virgen pase una noche en cada casa. Antes la veía apenas un par de veces al año. Ahora pernocta en su hogar mínimo una noche al mes. Pese al ajetreo, sigue igual, protegida en su urna de madera y cristal, al amparo de las oraciones de quienes le dan cobijo.

El pueblo y sus habitantes no han corrido la misma suerte. Cada vez son menos. La sangría es imparable y Paca no puede evitar pensar que será la siguiente. A sus 88 años, su día a día ya no es vida, sino mera cuestión de supervivencia. Tareas que antes parecían sencillas como hacer la cama, preparar la comida, limpiar o cuidar el huerto, se convierten ahora en labor de titanes y para colmo, su nido está vacío. Pedro, su marido, la dejó viuda al poco de dar a luz a su quinto hijo. Éstos, los hijos, volaron tan pronto como pudieron y ahora apenas pisan el pueblo los fines de semana. Le salieron urbanitas, “¡qué le vamos a hacer!”. Le queda la esperanza de algún nieto, pero aún son jóvenes para ser independientes.

 

 

No le faltan atenciones. Todos se preocupan y le llaman a menudo, algunos a diario, pero no están para ayudarle en el día a día, para aliviarle unos dolores que son cada vez más intensos, un esqueleto que ya no aguanta ni su propio peso, una cabeza que se pierde y no se encuentra salvo cuando retorna al pasado, a la niñez, a la infancia. La soledad y el tiempo le acechan, le duelen y acrecientan sus miedos e inseguridades. No quiere morir sola, ni ir peregrinando de casa en casa como la Virgen del Carmen. No quiere dejar el pueblo, pero sus achaques requieren cada vez de más cuidados. Recuperarse del último susto le llevó 15 días de ingreso hospitalario y otros tantos de reposo obligado. Valora irse a una residencia. Si no lo ha hecho antes es por miedo al qué dirán y por las noticias poco halagüeñas que escucha y lee casi a diario. En éstas anda mientras sostiene la mirada a la Virgen, no para pedirle cuentas, sino para suplicarle consejo.

Suspira ante la ausencia de respuesta o señal. Acerca a la mesa el andador rojo metálico con ruedines, cesta, manillar y silla acolchada que sus hijos le regalaron la última Navidad y que causó auténtico furor en sus paseos por el pueblo. “¡Ya ves, Faustina, menudo invento, ahora llevo la silla incorporada y descanso cuando quiero!”. Calibra sus fuerzas, toma aliento y acomoda a la Virgen en la silla acolchada, asegurándola bien con un viejo cinturón que ha amarrado a los brazos del tacatá para abuelos. De esta guisa se dirige a casa de Delfín, el vecino a quien ha de dar el relevo. «¡Vaya con la Paca, pues no ha motorizado a la Virgen! Mujer, haberme llamado, no me costaba nada acercarme yo a tu casa». «Está una harta de pedir, Delfín, y el paseo ha sido grato y revelador para ambas«.

 

 

 

Paca no existe más que en la imaginación de quién escribe, pero trata de reflejar la soledad, las dudas y las inseguridades que acechan a muchas personas mayores en los pueblos y en las ciudades. Todos envejecemos, todos vamos notando el tiempo, todos volvemos a ser niños y buscamos lo mismo: seguridad y cariño. Merecemos, independientemente de nuestra edad, vivir en entornos saludables. Aún queda mucho camino por recorrer, mucho que cambiar y mejorar, pero en la Fundación Santa María la Real sabemos que como Paca hay muchas personas que merecen nuestra atención y nuestros cuidados, que no podemos dejarlas desamparadas y que es una labor de todos trabajar para que venzan dudas y miedos, para que vivan en entornos amigables, donde sepan que alguien va a cuidar de sus achaques, que les va a ayudar en su día a día, que no tienen por qué estar solas ni sentirse abandonadas.

Las empresas y entidades que trabajamos en el ámbito de la atención social debemos esforzarnos por mantener o mejorar la calidad de nuestros servicios y la sociedad y las administraciones deben velar y exigirnos que eso ocurra. Todos hemos de arrimar el hombro, desde la implicación y el compromiso, escuchando y facilitando, no conformándonos con mirar, sino dando respuestas claras. Porque, aunque todo suma, hasta las plegarias, y eso bien lo sabe la Virgen del Carmen, requieren de acción.

 

Un artículo de Carmen Molinos, directora de Comunicación