Sitúate en una nave. En una nave interestelar. Con ella viajamos a través del Universo.  De repente, todas las alarmas empiezan a sonar. Luces rojas, amarillas. En verde, muy pocas. Momento de pánico y para identificar el problema y buscar soluciones. Pero hay un inconveniente: no puedes abandonar la nave y no hay puerto seguro disponible. Debes prepararte para resistir ante la adversidad y reparar la nave durante la propia travesía. No vale lamentarse, no sirve de nada.

Este escenario, con un toque distópico, no es tan lejano a la realidad que vivimos. Nuestro planeta muestra señales de agotamiento por exceso de velocidad y poco mantenimiento. Parte de nuestras sociedades, desde la Revolución Industrial, han apretado el acelerador sin miramientos. Otras, que se desarrollaron menos, ahora quieren alcanzar los mismos niveles de comodidad y calidad de vida. Algo lógico, por otra parte.

Prepararnos para adaptarnos a esta situación de cambio climático va a resultar complicado. Los científicos anuncian más sequía, mayor temperatura, más fenómenos metereológicos extremos y un más que probable aumento del nivel del mar. Dicen que frenar esta tendencia es imposible, que, en todo caso, se podrá mitigar o evitar que el impacto se desboque en los próximos 100 años. Lo que es seguro es que debemos adaptarnos a estos cambios. Hay dos vías de adaptación: la tecnología por venir, es decir, un desiderátum, o el conocimiento tradicional, un patrimonio existente.

Muchas de las consecuencias del cambio climático se traducen en escasez de agua, riesgos para la salud por las temperaturas altas, aumento de incendios, inundaciones, pérdida de biodiversidad… Evitar un impacto social grave requiere soluciones y éstas, en muchas ocasiones, ya están testadas desde hace centurias. Solo hay que echar la vista atrás.

El consumo de agua mayoritario está en la agricultura y la ganadería. Por eso, favorecer cultivos de secano, mejorar la eficiencia del riego o impulsar la ganadería extensiva pueden contribuir al ahorro de agua. En el consumo urbano la racionalización de usos mediante la limitación, por ejemplo, de las piscinas privadas o el fomento de la xerojardinería y el mantenimiento de las redes de abastecimiento pueden suponer un cambio relevante.

Otro ejemplo cercano. Las altas temperaturas han disparado durante este verano la mortalidad en España. Hoy por hoy, las ciudades se comportan como reservorios de calor debido a que no se han construido pantallas verdes, alamedas con árboles de buen porte; se ha urbanizado con grandes despliegues de cemento y adoquín, con poco espacio para zonas de suelos permeables y cubiertas con arbustos o árboles que generen sombra… Las casas se han construido en muchas ocasiones sin una orientación adecuada al lugar de construcción, por lo que dependen de iluminación, calefacción o aire acondicionado.

Los fuegos cada año baten récord de extensión arrasada. Los bosques, con la sequía, las plantaciones industriales y la falta de animales pastando, son víctimas del suceso fortuito, del descuido, del accidente o de la mala intención. Recuperar los rebaños de cabras y ovejas, así como los aprovechamientos tradicionales de maderas, es fundamental para que los bosques puedan sobrevivir y resistir al fuego.

Las inundaciones son más dañinas ahora que hace centurias pues, con la especulación inmobiliaria, se ha construido en lugares que nuestros antepasados hubieran procurado preservar.  La pérdida de biodiversidad puede evitarse creando micro reservas, fomentando las infraestructuras verdes y los elementos de conectividad y refugio como los setos de separación o los linderos, naturalizando arroyos, adaptando algunas prácticas antiguas a los modelos de explotación modernos. Es urgente adaptarse al cambio climático, trabajar por su mitigación y sobre todo responder de forma creativa a todos los retos que de él se derivan. Muchas de las respuestas se encuentran echando la vista atrás.

 

Un artículo de Gumersindo Bueno, director del área de Paisaje y Sostenibilidad