Hace 71 años, el 9 de mayo de 1950, se firmó la Declaración de Schuman. No era una declaración cualquiera, era el primer hito de unidad que proponía la creación de una Comunidad Europea del Carbón y el Acero, lo que significaba cooperar para la producción de estas materias primas y acabar con la devastadora situación heredada de la Segunda Guerra Mundial. Más tarde se convertiría en la Unión Europea, creciendo con la incorporación de más países para extender y fusionar los intereses económicos y aumentar la calidad de vida de los ciudadanos de la unión.

La fecha del 9 de mayo, fue elegida en 1985 para conmemorar el origen de la actual Unión Europea, y desde entonces, todos los países lo celebran, si bien sigue siendo un día laborable y las celebraciones no son equiparables a las de ámbito nacional. En realidad, la declaración de Schuman, viene a decir que sólo una Europa unida puede alcanzar la paz mundial, y desde entonces, los organismos europeos trabajan para que, a lo largo de las generaciones, Europa siga siendo el futuro.

En el caso de España, empezamos los trámites para sumarnos a la antigua CEE con la llegada de la democracia, y fue el 1 de enero de 1986, cuando se produce el ingreso efectivo en el proyecto común europeo. A partir de este momento, se van produciendo una serie de cambios en favor del bienestar, el progreso y la modernidad: incorporación de la peseta al Mecanismo de Cambios del Sistema Monetario Europeo, eliminación progresiva de los controles en las fronteras entre Estados miembros, la implantación del Fondo de Cohesión para países menos desarrollados, la introducción del euro o la co-creación de políticas en ámbitos tan diversos como la ciudadanía, la diversidad cultural y lingüística, la cooperación judicial o la lucha contra el terrorismo. Pero para que todas las políticas funcionen, los ciudadanos deben sentir que forman parte de una identidad colectiva, de una identidad europea común en particular, lo que constituye el pilar fundamental para asegurar la estabilidad política y socioeconómica.

A pesar de que la «nación (Estado)» se ha convertido en el modelo de organización política en la era moderna, superar las diferencias en comunidades tan grandes como las naciones y hacer que sus miembros constituyentes acepten una semejanza y una identidad común es una tarea difícil. Las políticas europeas vienen fomentando una identidad colectiva transnacional desde 1987 con la creación del programa Erasmus, o más tarde en 2006 con la puesta en marcha del programa Europa para los Ciudadanos, que hace hincapié en la ciudadanía europea activa.  Como en cualquier entidad, los proyectos no surgen por casualidad, sino que responden a una estrategia colaborativa pensada y analizada, que define lo que una entidad es y lo que quiere ser, creando sentido de dirección e integrando los esfuerzos de las partes implicadas.

Esto es en parte lo que comienza a hacer Europa a finales de 2001 con el Tratado de Lisboa, como proyecto constitucional, el cual organiza y clarifica por primera vez las competencias de la Unión, otorgándole una personalidad jurídica propia. A partir de este momento, tienen lugar numerosos debates en el Parlamento Europeo sobre el futuro de Europa, donde los jefes de Estado presentan sus puntos de vista sobre la orientación futura que debe tomar la UE. El debate iniciado en marzo de 2017, puso sobre la mesa que, para construir una Europa más unida, más fuerte y más democrática, había que incidir en la dimensión social de Europa, y para ello la educación y la cultura eran los mejores vectores. Constituían, y siguen constituyendo, las claves para fortalecer el sentido de pertenencia y de participación en una comunidad cultural.

La educación y la cultura desempeñan un papel fundamental en la promoción de la ciudadanía activa y los valores comunes entre las generaciones más jóvenes. Su combinación en proyectos concretos en comunidades locales contribuye a reforzar el sentimiento de identidad europea. Iniciativas como el Día de Europa que hoy celebramos en escuelas, instituciones públicas, universidades, empresas, fundaciones y otras entidades, constituyen sin duda un hito importante para contribuir a la cohesión social y territorial de todos los europeos, fomentando el sentido de pertenencia a un mismo proyecto común pero que preserva las peculiaridades de las identidades locales.

Aunque es difícil medir los logros, las actividades culturales contribuyen a mejorar la experiencia de los ciudadanos, a que estos se conozcan mejor mutuamente y a que comprendan lo que significa ser europeo. A este respecto se crearon iniciativas como las Capitales Europeas de la Cultura, el año Europeo del Patrimonio Cultural, el programa Europa Creativa, la plataforma Europeana, el canal Euronews, o la introducción de la europeanización y en sentido de pertenencia como objetivo transversal a tener en cuenta en todos los proyectos de investigación, desarrollo e innovación financiado con fondos europeos.

Actualmente, nos encontramos en pleno debate sobre el futuro de Europa con la “Conferencia sobre el Futuro de Europa: Dialogar con los ciudadanos para construir una Europa más resiliente”, si bien la gran diferencia es que, por primera vez, se invita a los más de 447 millones de ciudadanos de toda Europa a compartir sus ideas a través de una plataforma participativa y contribuir a configurar nuestro futuro en común. Esta iniciativa es seguramente la más ambiciosa de la institución europea pero que, sin duda, hace que el celebrar la paz y la unidad del continente europeo tenga si cabe, más sentido.

 

 

Un artículo de Paula Conte, directora de proyectos e innovación