El sábado por la mañana el centro expositivo Rom recibía una visita muy especial, la de una veintena de personas de Tercera Actividad. Tras un año de confinamiento debido al COVID-19, ésta era su primera salida y estuvo cargada de ilusión y emociones.

 

El día acompaña, hace un sol espléndido y el primer turno de personas de Tercera Actividad espera en el patio del monasterio de Santa María la Real, la llegada del resto. Será necesario hacer tres viajes para traerlos a todos, pero, sin duda, merecerá la pena. Es su primera salida del centro, tras un año de confinamiento y las mascarillas, no ocultan la ilusión y la alegría que reflejan sus ojos.

Dentro, César del Valle, Cristina Párbole y Patricia del Pozo, el equipo del centroexpositivo Rom, lo tiene todo preparado. “Hemos colocado sillas en cuatro ubicaciones del monasterio, para que puedan ser partícipes de la representación teatral, cumpliendo, además, con todos los protocolos de seguridad”, explica César del Valle, coordinador del centro gestionado por la Fundación Santa María la Real.

“Lo bueno de pertenecer a una entidad como la Fundación es que puedes llevar a cabo acciones de este tipo”, comenta Alejandro Serrano, director de Tercera Actividad, “para los residentes es un día muy especial, porque llevan un año sin salir del centro y para ellos ha sido muy duro. Además, muchos de ellos conocen e incluso han trabajado en el monasterio”.

 

 

Recuerdos y nuevas experiencias

 

Efectivamente, es el caso de Julián, uno de los residentes, que nada más llegar nos cuenta que trabajó como albañil en las obras de rehabilitación del monasterio, junto a su tío Juan. “No lo olvidaré nunca, sobre todo el día en el que estábamos echando rasilla en el suelo del claustro alto. No debía de estar bien fraguada y se vino abajo. Caímos desde tres metros de alto”. Por suerte, vive para contarlo, pero el susto aún lo lleva en el cuerpo.

Dentro del monasterio, el frío es intenso, pero la buena compañía y el calor de la representación hace que no se note tanto. Julián y sus compañeros pueden acercarse a la historia del monasterio, contada en primera persona, por los espíritus de quienes lo habitaron hace siglos. Personajes como Anastasio de Hircio, el último abad; Doña Inés Rodríguez de Villalobos que llora desconsolada la muerte de su amado y reclama la vuelta de su sepulcro, Fforra, una mora desposada con el herrero del cenobio o Domenicus, maestro cantero.

La representación concluye como no podía ser de otro modo con un caluroso aplauso mutuo del público a los actores y de ellos a la improvisada platea, “creedme si os digo que aunque hayamos puesto en escena esta representación cientos de veces, esta ha sido sin duda, una de las más especiales”, asegura César del Valle.

 

 

“Me ha encantado”, dice Elisea, una de las residentes, quien comenta que “nunca había visto el monasterio así, mis hijos vinieron aquí a estudiar, pero no lo recordaba tan bonito”. A José y Toño, les han impresionado los capiteles del claustro, “son románicos, ¿verdad?”, preguntan, pero el edificio ya de “transición al gótico”, aclara José, “los arcos son apuntados y no de medio punto”.

A José Luis, la visita le ha servido para recordar cómo de pequeño se colaba por una de las ventanas para jugar al escondite entre las ruinas del monasterio, “¡qué mejor juguete que el convento caído!”.

Todos y cada uno de ellos recordará esta experiencia, esta primera salida, tras un año de confinamiento. Un año que, de golpe y plumazo, sin previo aviso, lo cambió todo y a todos. Hoy brilla el sol, pronto será primavera y. quién sabe, quizá, poco a poco, podamos retornar a la ansiada “normalidad”. En Tercera Actividad éste es un primer paso, de un camino, que ahora, parece más liviano.