Fernando arropa a sus hijos, apaga la luz y sale de la habitación. No es muy tarde, así que puede adelantar un poco de plancha. Al pasar por la cocina mira el calendario: diciembre, 2040. Parece mentira, ya llevan trece años en el pueblo, y cualquiera diría que fue ayer.
Cuando destinaron a su mujer a aquel instituto, no lo dudó. En su empresa podía teletrabajar y la posibilidad de irse a vivir fuera de la ciudad siempre les había atraído. El jefe no le puso el menor problema, y la verdad es que en la actualidad no necesitaba hacer más que un viaje a la semana como mucho. Por supuesto, eso no hubiera sido posible sin una buena conexión a internet. Es cierto que cuando se trasladaron aún había zonas sin conectar, pero hoy la conectividad total es una realidad en casi toda España, salvo, quizá, algún pequeño punto muy remoto y aislado del mapa.
Se acordaba de aquellos tiempos. De cuando llegaron. El país empezaba a salir de una situación difícil: pueblos abandonados, envejecidos, desabastecidos de servicios… No recuerda cómo empezó, pero sí que poco a poco una de las comarcas más desfavorecidas empezó a asomar la cabeza: “Vive nuestro patrimonio, conócenos y emociónate”. Todos los habitantes se habían unido en una apuesta común. La administración respondió. Las políticas iban de la mano y favorecían las iniciativas locales. Sostenibilidad era la palabra. Había que ser medioambientalmente sostenible, pero también económica, social y culturalmente.
Y lo que parecía increíble: lograr que todos los partidos políticos se unieron en la apuesta común, se hizo realidad gracias al empuje de la gente del territorio. Ampliaron el horizonte del problema, lo llamaron reto demográfico, y resultó que la solución no era de izquierdas ni de derechas. Qué gran acierto. Porque la apuesta, aunque requería una acción inmediata, necesitaba una visión a largo plazo, al margen de horizontes electorales.
¡Qué importantes fueron los indicadores y el seguimiento! Sobre todo los primeros años. En un país que entonces estaba acostumbrado a las bombas mediáticas, era inconcebible plantear estrategias con visión a largo plazo y de efectos poco visibles en su etapa inicial. Los indicadores sirvieron para demostrar que sí, que sucedía poco a poco, pero se iba avanzando en el camino correcto. Y también para corregir, sobre todo, en los comienzos. Algunas propuestas no daban el resultado esperado, pero gracias a una medición continua, se pudo orientar el rumbo, eliminando algunas de las actuaciones, potenciando otras, y corrigiendo muchas.
Sostenibilidad e implicación, la de todos: empresas, sociedad civil, profesionales, investigadores, todos aportaron su granito de arena para lograr el bien común. Es cierto que no había mucho dinero. No importó. Se sustituyó con talento, con conocimiento, con innovación. Ideas que habían sido probadas en otras regiones de Europa y que se adaptaban a las características de cada zona e ideas originales, rompedoras, que probaban su eficacia y abrían puertas a nuevas iniciativas. Gran parte de estas propuestas nacían de jóvenes, que habían apostado por regresar a una tierra de la que emigraron por falta de oportunidades. Por ejemplo, la implantación de las nuevas tecnologías y la conectividad en toda la región (¿cómo lo llamaban?, territorio inteligente o algo así…) permitió asegurar los servicios a toda la población, incluso donde las infraestructuras eran escasas. Para mitigar los efectos del cambio climático, se renovaron procedimientos, adaptaron cultivos y consiguieron, de este modo, anticiparse y mantener la productividad del campo.
Otros que supieron adaptarse fueron los inversores. Cuando parecía que sólo interesaba el ladrillo y la construcción, empezaron a apoyar negocios y actividades diferentes, novedosas, muchas de ellas basados en los recursos endógenos. Es cierto que, desde luego, el dinero no lo regalaban: planes de viabilidad, proyectos de negocio, de todo pedían. Pero también ayudaban a que las buenas ideas saliesen a flote. Y juntando talento, capacidad de gestión y dinero, se crearon empresas muy competitivas a nivel internacional.
Y la globalización, lo que costó adaptarse. Al principio era como el demonio, más competencia, precios más baratos. Hasta que se vio el enorme potencial de poder abordar otros mercados. Supuso tener que renovar técnicas de venta, de marketing o de gestión de negocio. Pero se contaba con algo de mucho valor: la calidad de los productos.
Ahora cada vez reciben más turistas. Pero no un turismo cualquiera, sino de calidad, personas que llegan atraídas por su gastronomía, su patrimonio (abierto todo el año), sus paisajes culturales, sus actividades deportivas y de naturaleza, o el simple disfrute de una tierra muy halladera. A Fernando le encantaba esa palabra, quizá, porque se la había transmitido una vecina al poco de llegar al pueblo y corrió a buscarla en internet. La definición no pudo ser más satisfactoria ni más acertada: “se dice del sitio, pueblo o ciudad donde uno se encuentra a gusto”.
Con esta camisa se acabó la plancha por hoy. Mientras la dobla, Fernando se pregunta qué hubiera pasado si todas aquellas iniciativas que comenzaron allá por 2020 no se hubieran llevado a cabo. Sacude la cabeza y sonríe: “No. Eso, es impensable”.
Un artículo de Paco Alonso, técnico del área de proyectos
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