¿Qué nos enseña el fuero de Sepúlveda hoy en día?

Vista del pueblo de Sepúlveda
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Los fueros medievales, como el de Brañosera del año 924, o el de Sepúlveda, que la tradición atribuye al Conde Fernán González y fue luego confirmado por Alfonso VI en 1076, eran instrumentos jurídicos que servían para regular la vida social en algunas villas y territorios. Era una época en la que el Duero separaba a los cristianos de los musulmanes y la vida en la frontera no era fácil. La necesidad de repoblar los territorios al norte del Duero era evidente si se quería contener el posible avance de los enemigos (cristianos o musulmanes indistintamente) además de explotar unos terrenos valiosos.

Los fueros eran un reclamo jurídico para atraer pobladores estables y sumar nuevas almas a la población local. A cambio de soportar ciertos riesgos para la propia vida y las propiedades se ofrecían interesantes ventajas. Esto no era baladí en una época en la que el régimen feudal establecía duros vasallajes sobre todo allende los Pirineos. A Sepúlveda llegaron pobladores del norte de Castilla, de Navarra, de Galicia y quizá francos, germanos y de otras procedencias europeas.

La repoblación contó con un soporte ideológico, publicitario y con una estrategia bien definida, aunque en aquella época no disponían de estos conceptos, para crear puntos fuertes capaces de resistir posibles ataques como los que llevaron a la recuperación de Sepúlveda por Almanzor en el año 984. Jugarse el tipo requiere ciertas compensaciones y estas vinieron por la aplicación de figuras jurídicas como la presura por la cual era posible adquirir tierras por su roturación, exenciones fiscales reduciendo o eliminando algunas obligaciones tributarias como el portazgo y la fonsadera y la capacidad de auto organización judicial y política.

No pretende este artículo reivindicar el derecho medieval, no es útil volver atrás, sino llamar la atención sobre un fenómeno que no es nuevo en nuestro territorio. Cuando aún no se había inventado el nombre de Castilla y León hubo que repoblar la meseta que había quedado escasamente habitada.

La repoblación se planificó y ejecutó activamente por parte del poder político medieval, con un propósito claro y unas decisiones efectivas. Sirvió para ordenar el territorio durante casi 10 siglos en los que la vida en él no cambió tanto. En los últimos años ese cambio es radical y nos encontramos nuevamente en la necesidad de repoblar el territorio. No por sentir una amenaza externa sino por buscar un equilibrio territorial que tiene connotaciones de todo tipo, desde las políticas hasta las ambientales.

Reconocido el fenómeno de la despoblación se precisa ahora evitar la lamentación y propiciar un liderazgo político y una estrategia a largo plazo que sirva para atraer nuevos pobladores a estas tierras.  A diferencia con la época medieval la igualdad en derechos políticos que proclama la Constitución Española impide que haya españoles de primera y de segunda, aunque los desequilibrios en el acceso a los servicios públicos ponen en cuestión esta afirmación.

Hay tres estrategias esenciales para afrontar la repoblación. La primera requiere la redistribución de las infraestructuras y equipamientos públicos evitando su concentración en la capital de la región. Esto ya lo ha probado, con otra intencionalidad, la U.E. distribuyendo los centros especializados entre los distintos países miembros.

La segunda consiste en facilitar el acceso a los servicios públicos. La educación y la sanidad deben estar garantizadas y ser de calidad. En otro caso el proceso despoblador es inevitable. Hoy tenemos la ventaja de que, con un esfuerzo razonable, la administración digital puede evitar desplazamientos. Los ciudadanos de países como Estonia pueden realizar todas las gestiones administrativas, salvo contraer o disolver matrimonios y adquirir bienes raíces, a través de internet. La extensión de la telemedicina y la formación online está a la vuelta de la esquina.

La tercera se refiere a la política fiscal. Los impuestos, además de constituir la principal vía de ingreso para el Estado, tienen funciones de fomento, desincentivo, regulación y distribución. En algún momento habrá que adaptar la estructura tributaria a un territorio desequilibrado para compensar las desigualdades, fomentar la instalación de empresas y atraer a pobladores a los territorios rurales.

Hace casi 1000 años que estas estrategias ya las manejaban dentro de sus posibilidades. Habían heredado y acrecentaron los caminos, construyeron puentes. Crearon elementos de protección y tejieron un mallado de poblaciones que cubría el territorio. Los servicios públicos de la época, la protección real, el orden y la justicia, se distribuían por todo el reino. Y la política tributaria buscaba atraer nuevas gentes. Si ellos lo hacían, ¿no podremos hacerlo nosotros?

 

Un artículo de Gumersindo Bueno, director del área de proyectos en la Fundación Santa María la Real

 

IMAGEN: Vista del pueblo de Sepúlveda en Segovia. Archivo FSMLR_Marce Alonso