Más allá de lo tangible: sensaciones de un mundo real

Cubierta San Benito, Valladolid
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Hay en la madera y la piedra una esencia que, en manos expertas, permite revelar su auténtica naturaleza. Algunas de las más asombrosas realizaciones de los hombres sorprenden, a veces por su tamaño, otras por su dificultad técnica o sencillamente por su belleza. Sorpresa esta matizada por las referencias culturalesy, por supuesto, por nuestra capacidad de asombro.

 

Un artículo de Joaquín García publicado en la revista Patrimonio

 

Hay, sin embargo, casos en que los matices se borran, los prejuicios desaparecen y conectamos directamente con nuestras raíces. Obras que nos agitan, haciendo aflorar la esencia que ambos llevamos dentro, la obra y nosotros. Son aquellas en las que la materia muerta, magistral y hábilmente dispuesta, nos transporta al mundo primitivo del que vinimos. Mundo que permanece oculto en algún recóndito lugar de nuestra conciencia esperando a ser despertado por esos destellos de genialidad.

Nos conectan con aquello que, tal vez, sean las esencias últimas de eso que hemos convenido en llamar humano. Por eso mismo, significan mucho más que una mera herencia. Constituyen elementos que atesoran sensaciones elementales, momentos de pura trascendencia, que nos convierte en inevitables deudores. Deuda que nos demandarán los que, como nosotros hoy, se reconocerán en el futuro en las mismas maderas y piedras.

Revivir el bosque original, el proveedor de recursos y abrigo, tanto en su forma recreada como en lo que de él aprovechamos y transformamos, es una sensación que nos une con los hilos que tejen nuestro pasado más remoto. Lo vemos en las columnas de la nave de la colegiata de Medina del Campo, obra destacada del gótico castellano, con su planta salón de tres naves, donde lo que cabría esperar es que la piedra y la cal que la forman transmitiesen la idea de que la gravedad es la que permite que el edificio se sustente, y sin embargo la maestría de su ejecución, la proporción de sus columnas, las dimensiones y número de sus baquetones, la curvatura al alcanzar su cénit producen el efecto radicalmente opuesto. La piedra deja de ser pesada para elevarse hacia un cielo tejido de nervios que se entrelazan y aligeran. Lo que sentimos contradice lo que vemos, la razón nos habla de cargas que bajan hasta el suelo y sin embargo nuestro ser nos evoca aquellos magníficos árboles que desafiando a la gravedad se elevan en una continua ascensión.

Hay otras obras que remiten de forma rotunda al mundo espiritual, a los símbolos inequívocos de culturas y religiones, con el caso paradigmático de laermita de San Baudelio de Berlanga con su palmera central presidiendo todo su programa iconográfico y en el que, como no puede ser de otra forma en una obra que es universal, las lecturas son tantas como personas son capaces de percibir su esencia última, así, la comunión que permite este“árbol de la vida” entre el cielo y la tierra nos conecta con las grandes preguntas que desde hace siglos lleva la humanidad haciéndose.

 

Colegiata de Medina del Campo, Valladolid, Joaquín García

 

Estas obras tienen dos formas de despertar nuestra conciencia. Apelan a nuestra inteligencia por la imponencia de sus fábricas, porque apreciamos la capacidad humana para ser creadores y transformadores de materia en bellos objetos, valoramos su antigüedad, comparamos su tiempo y el nuestro, admirándonos de la entrega y el esfuerzo dedicados a tan notables realizaciones, disfrutamos con su belleza. Además, este arte despierta algo atávico y nos recuerda de manera inconsciente algo que permanecía dormido, permitiéndonos participar, aunque sea fugazmente,  de un fragmento de un momento histórico que no vivimos, pero que forma parte de nuestro subconsciente colectivo, y que nos pertenece.

 

El impresionante soporte del órgano de la iglesia de San Hipólito de Támara nos habla de la fortaleza del árbol del que salió la pieza que forma su fuste y que alberga en su copa decorada con múltiples hojarascas, el trino de los pájaros que hoy son los afinados tubos del órgano que cobija. También el portentoso pilar central de la sala baja de la torre del homenaje del castillo de Montealegre es otra muestra del poder evocador de la arquitectura, asemejándose a aquellos cedros centenarios de tronco rectilíneo y ramas horizontales que se elevan hasta el infinito, sustentando la bóveda celeste sobre nuestras cabezas. En lugares más escondidos son muchas las cubiertas que albergan auténticos bosques recreados, nunca pensados para ser visitados, pero que forman parte consustancial del edificio, puesto que sin él no podrían existir. Si tuvieran la oportunidad, como tuvimos nosotros, de visitar las cubiertas de la iglesia de San Benito de Valladolid, San Hipólito de Támara o tantas otras y ver la luz que se filtra por las cubiertas, matizada por el polvo suspendido, y pudiesen tener la sensación de que un ser humano como nosotros, un artesano, eligió un árbol porque era adecuado para llamarlo a cumplir con misiones mayores y entregarlo transformado a esta techumbre, sentirían emociones parecidas  a las nuestras, puesto que al fin y al cabo nos son comunes, nos conforman y nos definen.

 

Cocina Reina, Carracedo

 

 

Un artículo de Joaquín García, arquitecto de la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico, publicado en la revista Patrimonio

 

IMÁGENES:Detalle de la luz penetrando por las cubiertas del monasterio de San Benito en Valladolid. Columnas de la nave de la colegiata de Medina del Campo. Bosque de columnas de la cocina de la reina, en el monasterio de Carracedo, acoge y evoca al bosque originario, al proveedor de recurso y abrigo de nuestros más remotos antepasados. FSMLRPH_Joaquín García

 

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