Juglares y amantes unidos en un capitel románico de origen desconocido

Capitel Museo de Palencia
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Escenas musicales, eróticas, cinegéticas… No hay duda de que la escultura románica provoca una atracción que nos aleja de la pretendida finalidad religiosa, acercándonos peligrosamente a estampas mundanas de fiesta, juego y diversión. Observamos perplejos figuras en danzas desenfrenadas y escenas procaces. Es el caso del capitel que hoy presentamos, una pieza de procedencia palentina desconocida. Exhibe dos caras decoradas, la primera con dos juglares y la segunda con una pareja de amantes. Resultando extraño, es un fenómeno ciertamente común en el arte románico de nuestra provincia. La ornamentación de la pieza nos sumergirá en el ambiente religioso, sí, pero también cotidiano y festivo de los siglos XII y XIII.

 

El pequeño capitel esquinero, pieza del Museo de Palencia, presenta en la cara frontal a una pareja de músicos. Uno de ellos está tocando lo que parece ser un salterio o una flauta de pan. La escasa pericia técnica del escultor impide ser más riguroso con la identificación del instrumento. La postura de las manos de la figura sugiere una flauta, sin embargo sus gruesas rayas parecen aludir al aparato de cuerda. A pesar de lo interesante que hoy pueda resultar su identificación, en época medieval ésta no será la principal preocupación del artista, quien antepone la trasmisión de una idea a la fidelidad de la representación. A continuación se representa a una figura tocando un pandero redondo, instrumento tradicionalmente vinculado a las juglaresas, como se representa en la pila bautismal de Mahamud (Burgos) o en una miniatura de la Biblia de 1162 de San Isidoro de León. La segunda de las caras del capitel acoge a una pareja de amantes abrazados en aparente pose sexual. La pieza conserva restos de cal y policromía; una apariencia habitual en época medieval que, salvo excepciones como la iglesia parroquial  de Valdeolmillos (Palencia), apenas conservamos en la actualidad.

 

La talla escultórica evidencia a un escultor sin una gran destreza técnica, que ofrece una tosca plasmación de la anatomía humana, del plegado de los ropajes y del detallismo de los instrumentos. Lejos técnicamente de los cualificados talleres escultóricos que circulan por Palencia durante el siglo XII y principios del XIII, pero utilizando sus mismas fórmulas iconográficas.

 

La principal imagen del capitel representa, sin duda, a una pareja de juglares. La escultura de la Edad Media atesora un amplio catálogo de escenas con músicos, acróbatas, danzarinas, etc. En algunos de los casos, lo que se busca reproducir es un concepto de música sagrada, respetable, interpretada por personajes bíblicos, como el rey David o los Veinticuatro Ancianos del Apocalipsis. En otras ocasiones, donde parece encajar nuestra pieza, se escenifican ejemplos mundanos protagonizados por juglares. El estamento eclesiástico se sirvió de estas escenas con una clara intención moral e ideológica, tratando de advertir al fiel sobre el carácter condenatorio que llevan implícitas este tipo de prácticas, asociadas a una vida licenciosa y al pecado de la lujuria, aspecto que aquí parece corroborarse con la aparición de los dos amantes. Numerosos altos cargos de la Iglesia condenaban este tipo de prácticas. Muy elocuentes son las palabras del obispo visigodo Valerio: “Agitábase en un espectáculo público como la virgen obscena en un lujurioso teatro. […], y cantaba poemas funestos con la música impía de un baile pernicioso en extremo, entregándose así a una diabólica sensualidad”. Este tipo de comportamiento, cuyo objetivo era la corrupción del pueblo, acarreaba la ruptura del rígido orden moral impuesto. De modo que los juglares son apartados al ámbito de la marginalidad, siendo observados desde el más absoluto desprecio por los eclesiásticos, mientras reciben duros ataques de moralistas como Gervaise: “Quienes aman a los saltimbanquis, a las bailarinas y a los juglares, están siguiendo –no es ninguna fábula- la procesión del demonio”.  En todas estas representaciones está presente la advertencia hacia la consecución de unos actos perniciosos. Lo anterior tiene su reflejo en una extensa creación de piezas románicas que se emplean a fondo en condenar la fiesta secular y vincularla al pecado de lascivia y lujuria. Son múltiples los conjuntos escultóricos de nuestra provincia que abordan esta temática, destacando la pila bautismal de Rebanal de la Llantas, los capiteles de la portada de San Juan de Moarves de Ojeda, la parroquial de Perazancas de Ojeda o la fachada de Santiago de Carrión de los Condes, modelo iconográfico de varias de las anteriores.

 

Capitel Museo de Palencia

 

La firme condena de la Iglesia de estas celebraciones es la mejor prueba de su relevante existencia, a lo que se suma una importante documentación conservada. El pueblo  exteriorizaba toda su alegría a través de las fiestas profanas, celebrando eventos como la llamada “Fiesta de los Locos”, asociada a la celebración del Año Nuevo, o “Los Carnavales”. Durante unos días los campesinos se rebelaban contra todo orden impuesto; el sexo, la música, la danza y las acrobacias pasaron a ser ingredientes imprescindibles en estos espectáculos medievales. Gracias a ellos, los juglares, a pesar de los recelos y desprecio de unas autoridades que los desterraron al escalafón más bajo de la sociedad, se ganaron el afecto y la admiración popular. No había fiesta, boda o banquete que no estuviese amenizado por músicos y danzarinas, destacando el encuentro de los trece juglares antes de la boda de Alfonso VIII y Leonor de Plantagenet o la generosidad del Cid con los juglares que actuaron en las bodas de sus hijas obsequiándoles con abundantes paños.

 

Todo lo anterior nos lleva a suponer que, a pesar de la rígida moral teórica de la Edad Media, los juglares no estaban mal vistos a nivel popular, y que, con el paso del tiempo, cada vez se representaron más escenas de baile, sexo y fiesta, a las que no podemos despojar de su propósito réprobo, pero tampoco obviar el ser un reflejo de una cotidianidad medieval, dotada de una mayor normalidad de lo que los esquemas mentales actuales nos permitan imaginar. Como decía el profesor Carlos Cid: “aunque nos parezca una idea contradictoria, la Edad Media era extremadamente severa y ampliamente permisiva, los medievales eran grandes creyentes y acaso por eso grandes pecadores […]. Y a fin de cuentas, los juglares satisfacían la necesidad humana de ocio, diversión y evasión en una época en la que eran el único espectáculo”.

 

César del Valle presentando la pieza del mes del Museo de Palencia

 

Como síntesis, subrayar que nos encontramos ante un capitel que exhibe una atractiva escena, muy utilizada en época medieval, vinculada a la música, la fiesta y los juglares; que se ajusta a la condena de conductas pecaminosas, pero también representa el pulso cotidiano de dicho momento. Temática ya incipiente desde los primeros años del siglo XII en conjuntos como San Martín de Frómista o San Pedro de Cervatos (Cantabria), que fue codificándose en nuestra provincia a mediados del siglo XII en importantes centros como Santiago de Carrión de los Condes, extendiéndose al mundo rural de la mano de talleres que trabajan en lugares como Moarves de Ojeda y Perazancas, muy vinculados  al anterior, o Rebanal de las Llantas. Es muy probable que éste sea nuestro caso, el de un cantero local con una escasa capacidad técnica pero que conoce bien las representaciones de moda del momento, trabajando a finales del siglo XII o principios del XIII.

 

Un artículo de César del Valle Barreda, historiador y coordinador del centro expositivo Rom

 

IMÁGENES: Diferentes vistas del capitel románico y un momento de la presentación de la pieza, a cargo de César del Valle, en el Museo de Palencia.